20 enero, 2010

Me daba miedo recordar pero más me aterrorizaba olvidar

Columna escrita como examen para periodismo especializado: el peor momento de tu vida.


Me daba miedo recordar pero más me aterrorizaba olvidar

No fue un momento; tan siquiera fueron horas, ni tampoco días, sino que el momento más difícil de mi vida duró muchos meses. Olvidé el tiempo transcurrido porque el dolor me hacía perder la noción del tiempo de una manera espantosa, casi cruel. Los días se convirtieron en pesadas transiciones hacía la verdadera tortura, el cruel infierno, que se materializaba todas las noches en mi habitación. Siempre he creído que mi mayor temor se representaba bajo la peluda apariencia de una araña, o detrás de la mirada de la muerte, pero no, aquellas noches eran lo más terrorífico que había vivido. Sentía verdadero pavor cuando notaba que se acercaba la hora de dormir, o por lo menos de intentarlo.

Esos momentos entre la vigilia y el sueño eran el limbo donde se guarecían mis peores pesadillas, esperando, ansiosas, para pasearse por mi cabeza. Me desgarraban las entrañas, las lágrimas empapaban todos los días mi almohada. Los recuerdos devoraban mi raciocinio, no gritaba, aunque lo deseaba con toda la fuerza de mi corazón. Me daba miedo recordar pero más me aterrorizaba olvidar. Olvidar sus medias sonrisas, sus dulces caricias, su habilidad para hacerme reír y para hacerme rabiar. Todo. Mi corazón latía vacío, sin sentido, rajándome por dentro, recordándome sensaciones y sentimientos que ya no volvería a sentir quizá, en mucho tiempo.

Sonreía al día, pero no era una sonrisa sincera, era una máscara que ocultaba mi auténtica desesperación. Intentaba protegerme detrás de mis amigos, anhelando la compañía que me consolara sin preguntas atosigantes; que simplemente disfrutara a mi lado viendo una película o que paseara conmigo por calles alejadas. Siempre intentaba refugiarme lo más lejos de él, de las calles que me azotaban de emociones. Pero como ya he dicho, el olvido, la resignación ante el inminente final, no entraba entre mis objetivos prioritarios, la contradicción de mi misma, la geminidad de mi temperamento se hacia palpable, masoquista.

Me torturaba a mi misma, escuchabas nuestras canciones, esas que me recordaban momentos únicos junto a él; observaba mi habitación, saturada de su esencia, de nuestros recuerdos. Era una invocación continua a la locura, una absurda batalla, de antemano perdida, contra mi inteligencia trastornada. Pero qué es el amor, sino un camino lleno de rosas espinosas, de gritos de locura transitoria, de paranoias a gran escala… La tortura íntima del enamorado, en este caso de la enamorada… aunque ¿sería eso amor? No he podido volver a equipararlo con nada parecido, nunca he vuelto a sentir aquellas mariposas, que dicen, que confirmo, se pueden sentir con una sola mirada profunda. Nunca. Y es que, y tal vez ese sea mí calvario, de vez en cuando, las noches intentan engañarme devolviendo a mis sueños recuerdos, que, creo, aún no quiero olvidar.

Beatriz Martínez Arranz

1 comentario:

Anónimo dijo...[Responder]

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