Decepciones bajo la luna

Es triste. Es realmente triste comprobar cómo las calles medievales y sus rinconcitos ocultos en la noche ya no son lo que eran. Antes me desengraba en lágrimas si no aparcaba mis piernas fuera de casa un fin de semana. Ahora hago pereza hasta de cruzar el umbral de mi puerta, esa puerta verde de la cuesta... Y cómo cuesta. Es aburrido, las discotecas de música horrible son aburridas. El género masculino no deja de acechar entre las columnas, de observar, de oler carne... Qué miedo.
A mi me gusta bailar, lo reconozco, pero no las últimas novedades chunda-chunda o el gitaeo pokeril. Sueño con esos acordes de ensueño, mi ensueño, duros, fuertes, con sentimiento...
De verdad, ya no soy lo que era, ¿He cambiado yo o ha sido la ciudad? Casi me da igual, creo que han sido un poco de las dos cosas. Yo crezco y la ciudad... se renueva, aunque no siempre todo lo nuevo es bueno, al menos para mis oídos y mi salud mental.
Echo de menos otras circustancias, algunas que ni siquiera han ocurrido todavía... todavía.
Yo soy yo y mis circustancias. Y es un momento vacío, en el que a veces caen pequeñas gotas alegres, pero al final, no consiguen desbordarlo ni de milagro. Es triste, es triste cambiar y querer que el mundo siga más rápido a la vez que desear con fuerza que se detenga, sí, que me bajo...

Es triste, quizá esté triste yo, aunque el optimismo inhumano me suela cobijar, incluso cuando yo misma lo desprecio. Es posible que sin él, todo fuera peor.


Luz, esperanza, banalidad infinita, aburrimiento vacío, nada que ver.
Y reminiscencias del poco alcohol que hoy he probado.