El terror de la niña que sonreía dos veces
Una niña pequeña, de unos seis o siete años, vestida con un conjunto turquesa, aprieta con fuerza la mano de su madre. Van a casa de la abuelita, como Caperucita roja, pero aunque el lobo no los espera, sí habrá algo que inundará de pavor a la niña.
Llaman a la puerta, la abuela corre a abrir, Elena que así se llama la niña, mira curiosa alrededor y la mesita de madera llena de revistas, a la izquierda de la entrada llama su atención. Sus ojos se abren de par en par, desvía la mirada pero al final vuelve a la extraña fotografía: una niña de dos cabezas sonríe. Una siamesa de algún lugar lejano. Elena no lo entiende, le parece algo imposible, un monstruo de cuento. No para de ver en su mente a las dos cabezas con ojos rasgados, sonriendo. Sonríen porque están contentas piensa Elena. Pobrecitas, tener que vivir así…
Pero a pesar de la lástima que siente por ellas, el horror la consume, no parece entenderlo y aunque no tiene miedo de que la pueda pasar eso porque “esas cosas aquí no pasan”, siente un incontrolable pánico ante esa fotografía. Cada vez que va a casa de su abuela, el lobo fajo forma de revista la espera en la mesilla de la entrada. Parece que es el destino, pero su abuela no tira la pila de revistas ni a tiros y además el dichoso ejemplar siempre está encima de todas ellas. A Elena no le gusta mirarlo, ni siquiera tocarlo. Es simple papel, pero irracionalmente piensa que tal vez la foto vaya a conseguir un siniestro relieve con el que pueda sentir los trazos de tal mala pasada de la naturaleza.
El miedo al papel es irracional, pero si pensamos más allá, Elena no tenía miedo a algo que no existía, como puede ser el Hombre del saco, los vampiros o los hombres lobo, sino que el foco de sus paranoias era una persona real: “Te hablan de Drácula o de un fantasma y lo puedes ver en la tele y sabes que es ciencia ficción, pero eso no, eso es real”. Así lo explica la protagonista.
Elena tampoco quiere despejar sus dudas preguntando a los mayores, se siente avergonzada; una niña que lucha por comprender, por asumir una realidad extraña y desconocida por sí misma.
Elena me cuenta este episodio, más de diez años después y se siente un poco incómoda: “Hacía muchísimos años que no recordaba esta historia” y al decirlo se pone nerviosa y vuelve al meollo, a contarme lo mismo: su horror, tristeza, incomprensión…ante esa imagen.
Siempre tuvo miedo de ir a casa de su abuela, siempre estaba deseando salir de allí porque de alguna forma se encontraba realmente intranquila, no hacía más que mirar hacia la mesita de al entrada… ¿por si la mesita echaba a andar y le acercaba la revista maldita?
Cosas del miedo, instintos del ser humano, esa obsesión masoquista de seguir observando, pensando y repensando aquello que no queremos.
Así pasó un tiempo, hasta que su abuela decidió, por fin, hacer limpieza de periódicos y revistas. “Al final la tiraron un día y nunca más la volví a ver”. Al menos Elena ha tenido suerte de no necesitar un psicólogo de esos que están tan de moda, para extirpar el semi-trauma que aquella fotografía estaba causando a su pequeña cabecita.
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